ANTE LA CRISIS CLIMÁTICA GLOBAL
La crisis ambiental global, los sucesivos incendios en la Amazonia o en Siberia, así como en diferentes lugares de Europa o el creciente deshielo del Ártico, entre otros fenómenos globales, vuelven a demostrar que la sostenibilidad, como la naturaleza y los ecosistemas, necesitan su propio tiempo. Un tiempo que no puede desligarse de la economía ni de la sociedad y sus necesidades. En términos bastante más profundos se manifiestan los informes de la ONU, el informe sobre Biodiversidad de la Plataforma Intergubernamental de la propia ONU o la “Encíclica” del Papa Francisco sobre “El cuidado de la casa común”.
Afortunadamente, el nivel de concienciación social sobre la sostenibilidad no ha dejado de crecer en las últimas décadas, pero no podemos decir lo mismo de muchas acciones y políticas, así como de la falta de aplicación del Derecho en muchos lugares del planeta. El paradigma del Desarrollo Sostenible se sigue enfrentando con dificultades de distinta naturaleza. Partimos de parámetros muy diversos e igualmente complejos dependiendo de las diferentes realidades políticas, geográficas, sociales y culturales. En el mundo occidental tenemos parcialmente garantizadas nuestras condiciones mínimas de dignidad, mientras África, Centroamérica, Sudamérica y buena parte de Asia intentan sobrevivir en circunstancias muy difíciles y con índices de pobreza extrema ajenos a la dignidad del ser humano.
En este complicado contexto, el Desarrollo Sostenible tiene unos parámetros teóricos claros y definidos, especialmente desde las Cumbres de Río en 1992 y 2012. Ahora bien, desde este punto a la práctica de la sostenibilidad el camino por recorrer sigue siendo muy amplio en todas las materias que afectan al medio ambiente. La economía, hasta ahora, no ha internalizado en sus costes el valor, o el ahorro real que supone la opción por una política frente a otra con mayores impactos ambientales. Mientras esto no ocurra, el reto es más difícil. El planeta o “la casa común” se enfrentan con otra dificultad derivada de nuestros sistemas políticos. Éstos se gestionan a través de los límites que la soberanía de los Estados ha dibujado en territorios, propiedades de bienes; recursos naturales de la biosfera, que el Derecho hace pertenecer a alguien o, en nuestro contexto, califica como bienes de dominio público. Por tanto, mientras la naturaleza y sus recursos responden al caprichoso pero sabio devenir de la ecología, ni la política ni el Derecho se basan en dicha lógica. Y así, establecemos regímenes de protección de cauces o de niveles de caudal ecológico de un río según su ubicación geográfica, sin reparar en que dicha protección pueda ser diferente unos metros más allá, cuando el cauce fluvial discurre por otro Estado con un régimen de protección diferente o, en su caso, sin nivel alguno de protección.
Algo similar sucede con los océanos, las pesquerías, la biodiversidad o la atmósfera. La realidad nos demuestra que la naturaleza y sus recursos no se adaptan a la política y al Derecho; más bien al contrario, son la propia política y el Derecho quienes deberían aprender de la naturaleza y sus recursos para adoptar regímenes de protección que no desconozcan la realidad física del medio, de sus recursos y de sus interacciones.
En suma, el mundo globalizado debería abordar diversas dificultades para analizar la realidad de la sostenibilidad y la necesidad de caminar hacia ella. Y las dificultades están complejamente entrelazadas. La ecología tiene sus propias reglas: unas reglas de armonía ajenas a límites y fronteras. La economía, en general, desborda cualquier regla. Más bien sustenta su propio análisis en la “necesidad” de crecimiento cuantitativo. Ambas tienen en común la práctica inexistencia de límites reales a su desarrollo. Sin embargo, la naturaleza se reorganiza, se revitaliza, o se compensa; mientras la economía, justo al contrario, se desorganiza o se desata hasta límites muy alejados de la dignidad de las personas.
Todo lo anterior debe armonizarse desde el Derecho Ambiental en busca del bienestar de la sociedad. La sociedad sí tiene reglas; unas reglas muy distintas a las de la ecología o la economía, y proyectadas sobre personas, naciones y Estados en base a principios de soberanía y Derecho coercitivo. La búsqueda de armonía entre ecología, economía y sociedad sigue siendo uno de los retos de nuestro tiempo, especialmente desde el complejo contexto del Derecho Ambiental.
Xabier Ezeizabarrena
Director del Master en Derecho Ambiental (UPV/EHU)
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